Un libro que estos días me ha
ayudado mucho a pensar sobre ello es el del psicólogo Martin Seligman
titulado Aprenda optimismo.
En sus páginas me topé con una historia que me enseñó mucho acerca del daño o beneficio que nuestra manera de ver las cosas puede hacer a nuestra manera de vivirlas. En ella habla de la situación vital que vive Sophie y que me recordó mucho a la que había vivido hace unos años un buen amigo mío.
La chica que describía Seligman estaba pasando por un momento
depresivo en el cuál todos sus pilares se estaban desmoronando, o al menos eso creía
ella. Al igual que mi amigo, ambos son hijos únicos y ambos gozan del profundo
cariño y apoyo de sus padres para todo; ambos tienen un sano círculo de amigos y han sido siempre buenos estudiantes; han
gozado de buenas relaciones amorosas y no han tenido problemas económicos. Y
sin embargo, los dos se encontraron en un momento de sus vidas sumidos en una profunda crisis vital. Lo destacable en ambos es que, pese a no tener ninguno de los dos en aquél momento ningún problema insuperable, se sintieran tan solos, desvalidos, desprovistos de un presente en el que sentirse felices y sin ganas de dibujar un futuro que les alentase a luchar.
Me impactó descubrir cómo dos personas que habían demostrado tanta capacidad de esfuerzo hasta ese momento, se viesen sumidas en una situación en la que hasta el mero hecho de decidir qué tarea escolar elegir primero les supusiese todo un esfuerzo. Habían perdido toda razón para estudiar, trabajar,...Incluso levantarse de la cama y afrontar un nuevo día carecía de todo sentido. Ambos habían perdido el sentido de vivir.
Pensando en sus historias y viendo como ambos afrontaron su "crisis vital" es como me hice una idea de hasta qué punto nuestro propio planteamiento negativo de lo que nos está pasando nos puede llevar a un estado depresivo.
No es si no un enfoque contrario, el positivo, el primer punto del cambio y que en el caso de mi amigo funcionó de manera casi instantánea. Al afrontar de manera diferente los pequeños problemas que le surgían en el día a día, donde antes veía grandes montañas llenas de situaciones inevitables que se repetirían una y otra vez y cuya única finalidad era hacerlo sentir más y más hundido, empezó a ver retos, pruebas en las que hacerse mejor persona y más fuerte.
Y ese enfoque no solo le ayudó a superar esos pequeños problemas, si no que le sirvió también para disfrutar de muchas cosas que se estaba perdiendo por el camino: dónde antes había tareas que él consideraba que solo contribuían a aumentar sus niveles de estrés, ahora tomaba retos; dónde antes veía simplemente soledad, ahora veía tiempo para mirar solo para él mismo, sus proyectos y sus sueños.
Sin darse cuenta, empezó a disfrutar de otros muchos pequeños momentos de los que tanto hablamos en Positimento: empezó a disfrutar de cada rato con sus amigos sin otro planteamiento que disfrutar de su compañía, reír o arreglar el mundo con ellos; se descubrió valorando hasta que el aire le diese en la cara o que al salir de casa pudiese escuchar el cantar de un pájaro. Nimiedades que habían estado siempre ahí, esperando a que su visión del mundo pasase del lado oscuro al polo positivo.